lunes, 3 de septiembre de 2012

REAL MONASTERIO DE SANTA MARIA DE SANTA CREU

El Real Monasterio de Santa María de Santes Creus  también llamado Santas Cruces,  es una abadía cisterciense erigida a partir del siglo XII, que se encuentra en el término municipal de Aiguamurcia, en la provincia de Tarragona (España). Fue en el siglo XIII cuando, bajo el patrocinio de Pedro III de Aragón que expresó su deseo de ser enterrado en el monasterio, se construyó el panteón real, en el cual a su vez fue sepultado su hijo el rey Jaime II. Parte de la nobleza siguió esta costumbre medieval y escogió este lugar para su descanso eterno, consiguiendo el cenobio el tiempo de máximo esplendor y grandeza gracias a los numerosos donativos recibidos, hasta la decisión de Pedro el Ceremonioso en 1340 de instalar el panteón de la monarquia en el monasterio de Poblet.
En el año 1835 y como consecuencia de la desamortización de Mendizábal la comunidad abandonó el edificio. Fue declarado monumento nacional por real orden de 13 de julio de 1921. Es el único monasterio incluido en la Ruta del Cister en el que no existe vida monástica.
La Orden del Císter se había establecido en la Península Ibérica, a partir del primer cuarto del siglo XII, con fundaciones en los monasterios de Oseira, Fitero y de Moreruela, todos bajo patrocinio real por la gran necesidad que había en ese momento para conseguir una rápida repoblación del espacio reconquistado a los musulmanes. Convirtiéndose los monjes en:
Bajo el mandato del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y con el mismo fin, se crearon los monasterios de Poblet, Santes Creus y en terrenos cedidos por este mismo conde el monasterio femenino de Vallbona de las Monjas, todos ellos situados en la llamada Cataluña Nueva.[6] Como era norma habitual, adoptada y extendida por la orden cisterciense, sus monasterios fueron dedicados a Santa María
La fundación del monasterio se remonta a 1150 gracias al poderoso linaje de la Casa de Moncada cuando Guillermo Ramón I de Moncada, senescal de Barcelona, y sus hijos hacen donación, en aquella fecha, a los monjes cistercienses de la abadía de la Grand Selva, de Toulouse (Languedoc), de unos terrenos en el lugar denominado Valldaura, cerca del actual municipio barcelonés de Sardañola del Vallés. Junto con el terreno se les concedía un permiso para utilizar los molinos de Rocabruna, además de una ayuda de 100 morabatines de oro anuales y grano suficiente, mientras durase la edificación del nuevo monasterio.
El que se escogiera para la ubicación del edificio del monasterio una parte baja y no la cima de la montaña, debió de ser por la existencia en ese lugar de algún tipo de construcción, ya que poco tiempo después de la donación ya se encontraban en Santa María de Valldaura doce monjes, tres conversos y el abad Guillem procedentes del monasterio de la Grand Selva.
Las dificultades geográficas del entorno para que se desarrollara un monasterio no tardaron en manifestarse, la falta de agua y las tierras poco fértiles, así como la proximidad de un gran monasterio como San Cugat del Vallés y la cercanía de la ciudad de Barcelona que impedían su expansión territorial, hicieron aconsejable enseguida pensar en el cambio de emplazamiento del cenobio.
Comunicados sus deseos al senescal Moncada, este consiguió ayuda del obispo de Barcelona, Guillem de Torroja y del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. El conde accedió y concedió en 1155 unas tierras en Ancosa cerca de La Llacuna en la comarca de la Anoia. El lugar tampoco era adecuado en cuanto a la falta de agua para dedicarse a la agricultura, hecho primordial dentro de la orden cisterciense, por lo tanto nunca llegó a construirse un monasterio, aunque sí una granja donde se trasladó una parte de la comunidad.
 Nuevamente la influencia de la familia Moncada, cuyo deseo era conseguir la fundación del monasterio para que fuera panteón familiar —de ahí que su intención primera fuera la proximidad a la ciudad de Barcelona, lugar de residencia de dicha familia— hizo que solicitara ayuda a su amigo Guerau Alemany de Cervelló, señor de varios castillos en tierras del Gayá, que vio con buenos ojos el establecimiento de un monasterio
en sus tierras. Junto con la cooperación de los nobles Gerard de Jorba y Guillem de Montagut hicieron una donación en 1160 del paraje de Santas Creus, a orillas del río Gayá, con agua abundante y suficientes terrenos de calidad para garantizar la buena economía del monasterio. Su ubicación alejada de poblaciones y situada en plena naturaleza debió gustar a los monjes para poder llevar una vida espiritual tranquila.
 
No obstante, por una disputa jurisdiccional entre las diócesis de Barcelona y Tarragona, en la que ambas consideraban tener derecho sobre el territorio de Santes Creus, el asentamiento se demoró hasta que el papa Alejandro III decretó la independencia del monasterio en 1168/1169, quedando exempto de la obediencia ordinaria tanto del arzobispado de Tarragona como del obispado de Barcelona.[12] El monasterio de Valldaura daba paso al de Santes Creus, el abad Pere firmó documentos como abad de Valldaura el 17 de julio de 1169 y como abad de Santes Creus el 9 de enero de 1170.
Por fin, en 1174 se pudieron comenzar las obras de construcción del conjunto monástico: primero, la iglesia y la sala capitular; luego, el primitivo claustro románico hoy desaparecido; más tarde, la sala de los monjes, el refectorio y el dormitorio. Hacia 1225 quedaban concluidas las principales dependencias.
En su expansión territorial, a pesar de los contratiempos sufridos durante la búsqueda del espacio ideal donde edificar finalmente el monasterio, a finales del siglo XII ya habían conseguido establecer diferentes granjas cistercienses,[nota 1] por donde habían tenido la donación de territorios y abandonarlos por no creer oportuno instalar el cenobio, así ocurrió en Valldaura, la de Ancosa en la Llacuna y más tarde junto a Santes Creus, la
granja de Fontscaldetes en Cabra del Campo, la de Valldossera en Querol, la del Codony en Morell o la de Montornés en Puebla de Montornés. Igualmente hay noticias de los numerosos pastos que poseían para sus ganados en ambos lados de los Pirineos. Además, privilegios otorgados por diversos condados les permitían pastorear por todas sus tierras. Las donaciones y legados entre los siglos XII y XIII fueron aumentando en dominios que se extendían mucho más allá de los alrededores del monasterio; así, al acabar el siglo XIII se contabilizan entre sus bienes diecinueve castillos.
A mediados del siglo XIII la monarquía aragonesa interfiere en el ritmo de la abadía mostrando un interés por la misma que a la vez perturba la sencillez de la vida monástica cisterciense y engrandece el complejo monacal con nuevas y valiosas construcciones. Es época del abad Bernardo Calbó, consejero del rey Jaime I el Conquistador (1213-1276), a quien acompañó en las conquistas de Mallorca y Valencia.
 El sucesor en la corona, Pedro III el Grande (1276-1285), dispensó su real patrocinio a la abadía y quiso ser sepultado en ella. A su vez lo serían después su hijo Jaime II (1291-1327) y la esposa de éste, Blanca de Anjou. A instancias de este último monarca se convirtieron las habitaciones abaciales en palacio real y a su voluntad se debe el derribo del claustro románico para ser sustituido por el gótico actual, obra del maestro inglés
Reinard de Fonoll y de Guillem de Seguer, así como la construcción del cimborrio sobre el crucero de la iglesia.  A Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) hay que atribuir el amurallamiento del recinto monacal y que, debido a su predilección por el Monasterio de Poblet, el de Santes Creus dejase de ser palacio y panteón real en favor de aquel; por ello, las dependencias palaciegas volvieron a destinarse a habitaciones abaciales.
El papa Benedicto XIII de Aviñón visitó el monasterio en el año 1410. Cuando se extinguió el monasterio cisterciense femenino de Bonrepòs en la localidad de La Morera de Montsant (Priorato), sus bienes fueron incorporados a Santes Creus junto con el traslado de los restos de la reina Margarita de Prades, segunda esposa de Martín I el Humano, que se encuentran conservados en una urna de piedra en el muro de la nave del lado del Evangelio de la iglesia del monasterio.
 A finales del siglo XV el cenobio experimentó un cambio en la explotación de sus propiedades. La práctica desaparición del monje converso, debido a los cambios económicos producidos en la Baja Edad Media, motivó que los monjes de Santes Creus se vieran obligados a establecer en sus campos de cultivo el régimen de contratos enfitéuticos. Durante los siglos XVII y XVIII se siguieron efectuando obras de ampliación y reforma, añadiendo nuevas dependencias exteriores.

 Esta continua actividad se v truncada bruscamente en 1835 con la desamortización de Mendizábal, momento en que el monasterio sufre el abandono por parte de la comunidad cisterciense y se ve abocado a la ruina. Declarado Monumento Nacional en 1921, ha sido objeto de sucesivas obras de restauración y acondicionamiento, siendo hoy lugar de manifestaciones culturales de variada índole bajo gestión de la Generalidad de Cataluña a partir del año 1981. Monasterio de Santa María de la Valldigna, primera filial del monasterio de Santes Creus.
La primera filial de Santes Creus se llevó a cabo en 1298 gracias al rey Jaime II de Aragón, cuando después de sus campañas de conquista por tierras de Murcia y Alicante, al pasar por el valle de Alfandec (Valencia), impresionado por su belleza se dirigió a su capellán y abad de Santes Creus, Bonnanat de Vila-seca, diciéndole: «Vall digna para un monasterio de vuestra religión».
 Así se fundó un nuevo monasterio de la orden del Cister con el nombre de Santa María de la Valldigna, su vida monástica finalizó con la desamortización de Mendizábal en 1835. En el año 1307, Federico II de Sicilia, hijo de Pedro III el Grande donaba el territorio de Altofonte en Sicilia, cerca de Palermo, donde se fundó el monasterio de Santa María de Altofonte. Se considera así mismo una filial de Santes Creus a la desaparecida abadía femenina  ciscertience de Santa María d'Eula en Perpiñán del año 1360, que al extinguirse en 1567 pasó a depender de Santes Creus, donde servía de estancia a monjes que eran enviados a estudiar a esa ciudad. Perteneció a Santes Creus hasta que el Rosellón pasó a manos de Francia en 1659.
Existen documentos que señalan una serie de privilegios que tuvieron los abades de Santes Creus, como el decreto de 1210 firmado por Pedro II que les dio atribuciones de notario público; Alfonso III les permitó el uso del sello real para sus documentos; Jaime II permitió que pudieran hacer declaraciones donde la palabra del abad o incluso de un monje tuviese
 credibilidad sin necesidad de juramento; inmunidad en muchos pagos como en la exención de tributos reales; poder extraer metales de las montañas, cortar madera y pastorear por los bosques reales; poder establecer mercados en poblaciones; así como al abad del monasterio de Poblet se le dio el título de limosnero real,[nota 2] al de Santes Creus, a principios de siglo XIV, se le nombró capellán mayor real. Fueron priores de la Orden militar de Montesa que ostentaron hasta el año 1660, cuando a causa de su fidelidad hacia la Generalidad de Cataluña durante la Guerra dels Segadors, lo perdieron como represalia 
El abad Pedro de Mendoza, pariente lejano de Fernando el Católico, consiguió ser el único abad de Santes Creus que presidió, durante el trienio 1497 a 1500, el «brazo eclesiástico» de la Diputación del General de Cataluña. En 1616 la Congregación Cisterciense de los Monasterios de la Corona de Aragón, estableció, entre otras reglas, que los abades pasaban de ser vitalicios a un mandato temporal de cuatro años, con lo que se

consiguió una menor proyección política del abad. De acuerdo con el esquema organizativo de la Orden del Císter, el núcleo principal lo forman las tres piezas básicas de la vida monástica: la iglesia, el claustro adosado a ella y la sala capitular; se completa el recinto con el refectorio, el locutorio, la sala de los monjes o scriptorium y, en una segunda planta, el dormitorio común.
Anexas al grupo de dependencias anteriores se encuentran otras de dispar utilización como la enfermería, las habitaciones de los monjes jubilados, el claustro posterior, el Palacio Real, además de un espacio destinado a cementerio. Existe la primitiva capilla de la Trinidad, el Palacio Abacial, la capilla de Santa Lucía y el Arco Real de acceso a la plaza de San Bernardo. El monasterio de Santes Cresus sigue una construcción plenamente cisterciense con los tres recintos clásicos donde se encuentran localizados los diferentes espacios cerrados según sus aplicaciones arquitectónicas.
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El primer recinto lo forma una serie de casas que constituyen lo que es propiamente la población de Santes Creus, colocadas formando una línea horizontal antes de entrar al segundo recinto, en el centro y sobresaliendo de todas estas edificaciones, se encuentra la pequeña capilla de Santa Lucía del año 1741 que fue durante años parroquia nullius, dependiente naturalmente del monasterio.
Junto a esta capilla se encuentra la puerta llamada de la Asunción o Arco Real, que en realidad servía como dependencias parroquiales de Santa Lucía ya que su grosor es el mismo que el de las casas laterales y permite admitir diversas estancias. El estilo es barroco y destaca una gran torre octogonal en el centro de su parte superior, mientras que sobre la puerta se encuentra dentro de una hornacina una imagen de la Virgen de la Asunción y un escudo con las armas del monasterio, la fachada tanto exterior como interior está decorada con bellos esgrafiados.
Al entrar por el Arco Real se aprecia una gran plaza rectangular, en cuyo centro se encuentra una fuente sobre la que hay una estatua dedicada a san Bernardo Calbó, antiguo abad del monasterio. Alrededor de la plaza se encuentran las diversas dependencias monacales antiguas, donde habitaban los monjes más ancianos y los que trabajaban en diversos oficios; todas muestran en sus fachadas decoraciones con esgrafiados realizados durante el siglo XVIII. Entre estos edificios se encuentra el Palacio Abacial, mandado construir por el abad Contijoch, en cuya
construcción se aprovechó parte del antiguo hospital del monasterio llamado «Hospital de Sant Pere dels Pobres». La parte más resaltable es un pequeño patio con arcos apuntados y una galería con doble arcada. El fondo de la plaza que da justo enfrente de la entrada del Arco Real o Asunción está ocupada por la fachada de la iglesia y la entrada de la Puerta Real al lateral del claustro, sobrelevados por una escalinata y donde se aprecia el intento de amurallamiento decretado por el rey Pedro IV el Ceremonioso por las almenas que coronan toda la iglesia

Al tercer recinto o el monasterio propiamente dicho, se entra por la denominada Puerta Real por la que se accede al claustro. Es una portada románica que bajo un arco ojival de descarga abre un arco de medio punto abocinado con arquivoltas baquetonadas lisas cuyas molduras se prolongan en vertical a modo de sutiles columnillas y elevado podio. No presenta capiteles propiamente dichos pero sí unos elementos ornamentales sustitutorios.
Se enmarca el conjunto por dos deteriorados y recios contrafuertes. Fue mandada construir por el rey Jaime II y su esposa Blanca de Anjou,los retratos de ambos se encuentran en unas ménsulas de una arquivolta así como sus escudos. Las obras de construcción de la iglesia se iniciaron en 1174 y se terminaron hacia 1225. No obstante, en 1211 ya debieron estar suficientemente avanzadas como para que se procediese a la consagración del templo. El aspecto global es el de una fortaleza debido al remate perimetral almenado.
Sobre el crucero se alza un cimborrio octogonal gótico de principios del siglo XIV, rematado por una cúpula barroca de linterna, no visible por la parte interior de la iglesia. La fachada principal, la oeste, da su frente a la plaza de San Bernardo. Contiene una portada románica del siglo XII muy abocinada, con arquivoltas apoyadas sobre columnas lisas con capiteles decorados con una serie de temas vegetales y heráldicos. Sobre ella se sitúa un imponente ventanal gótico vidriado que se conserva casi completamente en su estado original, con escenas bíblicas distribuidas en pequeños espacios, acompañado en ambos lados, por unas ventanas de arco de medio punto
Este gran vitral gótico tiene una altura de casi 9 metros por 1,8 de anchura. Está construido con una tracería enmarcada por un arco ojival con cinco arquivoltas lisas que limitan el resto de la apertura. El calado de la vidriera está compuesto por un pentafolio inscrito en un círculo, dos trilóbulos entre pequeños ángulos curvilíneos y cuatro calles divididas en cincuenta y dos compartimentos que acaban en un arco apuntado muy agudo.
 Los plafones están divididos en pequeños compartimentos presentando el trabajo de las escenas, con una iconografía perteneciente principalmente a la vida de María y de Cristo, con un trabajo que se puede comparar al de un miniaturista de la Edad Media. Sorprende que el artista no tuviera en cuenta que serían imposibles de apreciar desde el plano del templo. La protección real de Santes Creus, unida a una serie de realizaciones arquitectónicas y artístcas sitúan el ventanal hacia el año 1280 y las características propias del mismo lo suelen datar hacia el año 1300
En la fachada opuesta, en la cara oriental del ábside mayor, luce un gran rosetón, cuyas medidas son de 6,30 metros de diámetros y casi tres metros de profundidad, está conformado por columnas con doble arcos y aparte de los cristales del roseton central, que fueron colocados en una restauración, el resto son los originales del siglo XIII. En este ábside se encuentran tres ventanas inferiores estrechas y alargadas con arcos de medio punto ocultas en el interior por el actual retablo
La medida de la nave es de 71 metros de longitud por 22 de ancho, el grueso de sus muros es de 2,60 metros los que forman las naves y 2,95 el de la cabecera. El trazado de la planta responde al esquema de cruz latina de tres naves, más ancha la central, constituidas por seis tramos desde los pies hasta el transepto. Éste es tan ancho como la nave central, por lo que da lugar a un crucero de planta cuadrada; en el lado oriental de cada uno de sus brazos se abren dos capillas absidiales que por ser lisas apenas se manifiestan al exterior.
 Sí resulta patente por fuera el gran ábside rectangular en que se prolonga el presbiterio. Adosada al paramento occidental del ala sur del transepto asciende una escalera de un solo tramo que comunica directamente con el dormitorio de los monjes; es la denominada «escalera de maitines» que se utilizaba para acceder al coro desde el dormitorio en las horas de rezo nocturno.

La cubierta de las naves es de bóveda apuntada de crucería reforzada por arcos perpiaños muy anchos,[nota 3] que descargan sobre pilastras embebidas que no llegan hasta el suelo sino que apoyan en ménsulas formadas por una serie de rodillos escalonados. Además para su iluminación interior exiten diversas ventanas de arco con derrame interior, situadas en las naves laterales. Consecuente con los patrones cistercienses, el interior carece de toda ornamentación, como no sea el retablo que trasdosa el altar mayor, obra escultórica barroca de Josep Tramulles, realizado en 1640, existen otros cuatro retablos en cada capilla lateral absial y otros dos a los pies del templo.
En primer plano la tumba del rey Pedro III y en segundo plano el del rey Jaime II.
El rey Pedro III falleció el 11 de noviembre de 1285 en el Palacio Real de Villafranca del Panadés. Una vez que el médico real Arnau de Vilanova certificó la muerte del rey, se formó una larga comitiva fúnebre para enterrar al monarca en una sepultura «decente y honorífica» en el Monasterio de Santes Creus, tal como había dejado escrito en su testamento de 1282. La comitiva tardó varios días en llegar a su destino, donde con gran solemnidad se celebraron las exequias fúnebres por el soberano que fue enterrado, según el cronista Bernat Desclot, enfrente del altar mayor de la iglesia del monasterio.
 
Entre 1285 y 1291, cuando Jaime II era rey de Sicilia, ordena enviar al monasterio «diversas piedras de pórfido» para la tumba de su padre, que el almirante Roger de Lauria trajo desde esa isla. El nuevo rey deseaba construir un monumento funerario parecido a los que había visto en la catedral de Palermo de los reyes sicilianos, especialmente de antepasados suyos por parte materna, Enrique VI y Federico II, enterrados ambos en bañeras romanas de pórfido, reutilizadas como sarcófagos.
El sepulcro del rey Pedro III fue realizado entre los años 1291 y 1307 por encargo de su hijo Jaime II cuando accedió al trono del Reino de Aragón. Designó como director de la obra a Bartomeu de Gerona que en aquel entonces trabajaba en la catedral de Tarragona, al que se unió en 1294 el picapedrero Guillem de Orenga junto con un par de maestros pintores. El traslado del cuerpo del rey Pedro III a este mausoleo se realizó el 30 de noviembre del año 1300.
El monumento consta del sarcófago, que es la bañera de pórfido rojo, con la única decoración original romana, de una cabeza de león y dos argollas sujetas por unas garras. Le sirve de base dos esculturas que representan dos leones tallados en piedra blanca. La tapa lisa es una losa eleíptica de jaspe y sobre ella hay una construcción del mismo tamaño que en sus laterales están representandos entre arquerías góticas, a Cristo con los apóstoles y la Virgen
María con los monjes san Bernardo de Claraval y san Benito de Nursia, en total suman dieciséis figuras policromadas. Un gran templete a manera de baldaquino de caladas tracerías dentro de cuatro arcos ojivales cubre todo el conjunto que es de planta rectangular, los capiteles de las columnas están ricamente elaborados con tema floral y tiene en los cuatro lados la representación del tetramorfo de donde salen unos altos pináculos. La bóveda que forma por su parte interior está decorada con una pintura azul y estrellas doradas
El testamento de Jaime II, dado en Barcelona el 28 de mayo de 1327, disponía que su cadáver recibiese sepultura al lado del mausoleo de su padre Pedro III, pero en otro mausoleo, donde se enterrarían él y su esposa Blanca de Nápoles, que a su vez había hecho voto de sepultarse en el mismo. Blanca de Napoles falleció en 1310, mucho antes que su esposo, que aún contraería otros dos matrimonios. Mientras se esperaba la ejecución del mausoleo final, la reina fue enterrada en un primer túmulo: «quedan tumulum ad opus sepultura doimina Blanca» realizado por Jaume Llirana de Montmeló y que consta que cobró 500 sous barceloneses.

En el mausoleo de Jaime II y de su esposa Blanca de Nápoles, ejecutado por el arquitecto real Bertrán Riquer y Pere de Prenafeta como «lapicida» entre 1311 y 1315, se colocaría en el lado opuesto al de Pedro III. En el interior del baldaquino se colocó el sarcófago de mármol blanco doble que debía recibir los restos de ambos esposos, decorado con arquillos ojivales sobre un fondo de vidrio azul. Francesc de Montflorit en 1315 comunicaba en una
 carta al rey que había acabado el encargo del monarca de dos imágenes con la figura de «vostra noble madona na Blancha, regina d'Aragó» y una Virgen para la Capilla Real. El traslado de los restos de la reina se realizó el 13 de enero de 1316, se cree que por esta fecha igualmente estaría acabada la estatua yacente del rey. Cada una de las efigies de los monarcas ocupa todo el plano en declive que forma la cubierta del sepulcro, ejecutada en  mármol, que cubre la urna de donde se encuentran los restos de los monarcas.
 Las figuras yacentes de ambos esposos aparecen vestidas con el hábito cisterciense y con corona real, junto a la cabecera se encuentran dos ángeles, posiblemente representando el momento de recoger sus almas y a las pies de la reina un perro, símbolo de la fidelidad, y en los del rey un león que representa la fuerza y el valor
En diciembre de 1835, durante la Primera Guerra Carlista, la Legión francesa de Alger y varias compañías de miqueletes se alojaron en el edificio monacal, causando numerosos destrozos en el mismo. Las tumbas reales de Jaime II y su esposa fueron profanadas. Los restos de Jaime II, hijo de Pedro III fueron quemados, aunque parece que algunos restos permanecieron en el sepulcro.
La momia de la reina Blanca de Nápoles fue arrojada a un pozo, de donde fue sacada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar los regios despojos, impidió que sus restos corrieran igual suerte Un ventanal del claustro por el que se aprecia el antiguo templete o lavabo románico.
El monasterio contaba desde su origen con un sencillo claustro románico levantado hacia finales del siglo XII y principios del XIII. A instancias del rey Jaime II y con su patrocinio, el abad Pedro Alegre acomete en 1313 la demolición del claustro antiguo y la construcción del actual, todo ello sin alterar las dependencias que ya existían en el entorno claustral, desde la propia iglesia hasta la sala capitular y demás estancias monacales.
Lo único que se conserva del claustro primitivo es el templete que alberga la pila-lavadero en la que los monjes se lavaban las manos tras las tareas agrícolas, antes de pasar al refectorio o dedicarse a los rezos. Este templete se trata de una construcción de planta hexagonal, cada uno de cuyos lados está formado por dos arcos de medio punto sobre columnas de doble fuste. Se suprimió la columna central del lado por el que se anexa al claustro para dar mayor amplitud al acceso. La cubierta es de crucería a base de porciones de bóveda apuntada y con la clave que muestra la cruz heráldica del monasterio.
 
El claustro actual consta de cuatro galerías cubiertas con bóvedas de crucería. Se debe a la mano del maestro inglés Reinard de Fonoll, a cuya obra dio continuidad Guillem de Seguer, quien probablemente ejecutase la tracería de los ventanales, en cada galería con diferente ornamentación. Las crujías mayores la forman ocho ventanales y las menores siete.
 Es de un refinado estilo gótico exultante en sus arcuaciones, en las estilizadas columnas, en las bóvedas de ojiva y en la exuberante ornamentación de los capiteles de gran riqueza iconográfica, con motivos vegetales, animales, figurativos y narrativos con escenas bíblicas. Contiene las tumbas murales de algunos nobles catalanes, y quedan restos de pinturas, una de ellas representando la Anunciación
La de Santes Creus responde al esquema prototípico de las salas capitulares de la Orden del Císter. Se ubica en el centro del ala oriental del claustro, separada por la sacristía del extremo del transepto de la iglesia. La orientación de la estancia permite la entrada de la luz de la mañana por tres ventanas abiertas en su paramento de levante, sin perjuicio de la que penetra por otros dos ventanales de mayores proporciones y de más elaborado diseño que se sitúan uno a cada lado de la puerta de acceso.
Estas dos ventanas y la puerta forman una triple arquería que, como toda la sala, acusan el estilo románico propio de la época en que se construyó esta dependencia: están formadas por arcos de descarga de medio punto bajo los que se alojan parejas de arcos del mismo tipo que apoyan sobre columnas de doble fuste con capiteles y basas separadas. Para un mejor tránsito, la puerta carece de mainel.

La planta de la sala es un cuadrado subdividido en nueve porciones, por medio de cuatro columnas centrales. Cada uno de esos nueve espacios se cubre con una bóveda de crucería cuyos nervios descansan sobre las propias columnas o sobre ménsulas embebidas en los muros, al igual que lo hacen los arcos fajones de medio punto. Los plementos son segmentos de bóveda de cañón.
 Un banco corrido de fábrica se despliega a lo largo de todo el perímetro interior de la sala en sustitución de la sillería de madera que en su día utilizaba la comunidad para reunirse en torno a la sede presidencial del abad. En el pavimento se aprecian las lápidas esculpidas en relieve de siete tumbas de otros tantos abades que ocasionalmente fueron enterrados aquí, a pesar de que por norma se les inhumaba en el cementerio común del cenobio, exceptuando a uno de ellos que fue obispo
Se trata de una nave diáfana rectangular de grandes dimensiones (aproximadamente 46 m de longitud x 11 m de ancho x 6 m de altura) situada en la planta superior del ala este del claustro, esto es, sobre la sala capitular y la sala de los monjes, su construcción data del año 1173. Inicialmente los frailes dormían con sus sayales sobre unos jergones tendidos en el suelo en un único espacio común, sin divisiones como mandaban sus reglas. Se mantuvo así hasta los últimos siglos que se tabicaron.
Existe un doble acceso al dormitorio: por la escalera de maitines que comunica directamente con la iglesia por el brazo sur del transepto; y por la escalera de día que permite la subida desde el claustro. Asciende ésta por un espacio contiguo a la sala capitular que, por sus dimensiones, obliga a desarrollarla en dos tramos, mientras que la otra escalera es de uno solo.
La sala se cubre mediante once arcos apuntados que descargan sobre ménsulas embebidas en los muros laterales con decoración vegetal y geométrica. Estos muros van perforados entre los arcos por ventanales que, además de la iluminación, permiten la ventilación cruzada.[46] Hoy el dormitorio se utiliza como sala ocasional de conciertos.
A este claustro, conocido también como el «Claustro viejo» o «Claustro de la enfermería», se llega desde el claustro gótico principal a través del espacio que servía como antiguo antiguo locutorio monacal, lugar donde los monjes recibían por parte del abad la distribución de sus trabajos diarios. Consta de planta rectangular formando sus galerías por medio de arcos apuntados con grandes óculos encima de ellos en una de las galerías y sin ninguna otra clase de decoración en todas sus galerías.
 Su construcción se realizó sobre uno anterior, seguramente el primero que se usó cuando la fundación del monasterio. En el siglo XVII, época de su reconstrucción según algunos autores, se emplearon diversos elementos del primitivo claustro y según otros su edificación se realizó con el traslado del claustro que había pertenecido al convento femenino de Bonrepòs en la localidad de La Morera de Montsant y sus bienes fueron incorporados a Santes Creus, cuando se extinguió en el año 1452.
Alrededor de este claustro se encuentran diversas dependencias como la bodega, construida a finales del siglo XII y con una construcción muy similar a la sala capitular, dos columnas en la parte central de donde parten los arcos que dividen el espacio en dos naves de seis tramos con bóvedas cubiertas. Cercana a la bodega se encuentra la prisión, local necesario en cuanto que los abades, entre sus privilegios, se encontraba el tener poderes civiles sobre la población de sus territorios. Existen restos de la antigua cocina que tenía comunicación con el refectorio, el cual se ilumina por medio de ventanales altos y estrechos. Los bancos donde se sentaban los monjes se encuentran apoyados en los muros, sirviéndoles de respaldo un zócalo de cerámica que hay en todo su perímetro. En este mismo recinto está la primitiva iglesia del monasterio de estilo románico dedicada a la Trinidad y más tarde, cuando dispusieron de la iglesia mayor, fue convertida en capilla de la enfermería de los monjes.


















Situado en la parte sur de este segundo claustro se encuentra el Palacio Real, cuya construcción se ha llevado a cabo en diversas fases aprovechando las antiguas construcciones. Se cree que han habido hasta tres dependencias reales diferentes. El primero fue el rey Pedro III el Grande, cuando decidió tomar bajo su protección el monasterio y convertirlo en panteón real, hacia 1280, mandó iniciar las obras del Palacio
Por la destrucción en gran parte del edificio debido a unas riadas hacia el año 1315, su hijo Jaime II decidió realizar un nuevo palacio trasladándolo al lado derecho de la fachada de la iglesia, formando parte del frente total de monasterio. El edificio constaba de dos plantas y el acceso a la planta superior se realizaba a través de una escalera por la fachada exterior, cuyos restos fueron derribados en el año 1958 durante la pavimentación de la plaza principal del segundo recinto del monasterio.
La parte hoy conservada se debe al monarca Pedro IV, quien sin conocerse la razón, a la muerte de Jaime II, decidió derribar el palacio aún sin finalizar de su precedesor y trasladar su construcción hacia el año 1350 al mismo emplazamiento del primero ordenado por Pedro III.  Las dependencias están en torno a dos patios contiguos y se distribuyen en tres niveles.
Un pequeño vestíbulo, con artesonado policromado y decorado con los escudos de Cataluña y del monasterio perteneciente al abad Porta (1390-1402), por el que se accede al patio principal, el más ornamentado, con un pozo en su centro, unos sencillos canecillos escalonados sostienen unos arcos rebajados y adosados a la pared que aguantan la escalera hacia la galería superior.
En el pasamanos se sostienen dos bellos y finos arcos y está
adornado por unas esculturas, colocadas al principio y al final, representando la caza por parte de un león de un jabalí y una gacela, símbolo de la fortaleza real. En el dintel de entrada inferior a esta escalera destaca un relieve que muestra el escudo de los cuatro palos entre leones y ángeles y tenantes junto con ornamentación vegetal.

 La galería superior ocupa tres lados del patio, está compuesta por once columnas que forman unos arcos ojivales de fuste delgado y esbelto con capiteles decorados, la cubierta está realizada por un artesonado con abundantes escudos del monasterio, abades y la Casa de Aragón. Las dependencias se encuentran en el primer y segundo piso pero ya muy transformadas